Es muy común, especialmente entre las madres, ¿verdad? Nos alegra que se hagan mayores, sí, pero también de un vacío, un vértigo. Cuando se destetan, cuando van al baño solos, cuando se despiertan por la noche y no nos llaman, cuando empiezan a preferir ir a casa de una amiga a quedarse en casa jugando con nosotros… Y nosotros, pobres cascarones vacíos, añoramos su apego infinito, esa etapa en la que no parecen dejarnos ni respirar.
Y qué remedio que dejarlos ir. Sería cruel hablarles de nuestros miedos y soledades, de nuestro afán de serles útiles toda la vida. No darles la independencia que van pidiendo es sobreprotector e injusto y les impedirá madurar a su ritmo, ritmo que de ninguna manera debemos marcar nosotros, puesto que no estamos en sus cuerpecitos.
No sé muy bien cómo preparar esa jubilación de la maternidad. Al igual que la laboral, sería conveniente pensar ese tiempo libre que nos quedará. No sólo disfrutar de nuestros hijos independientes, sino de nuestras parejas, aficiones y relax.
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